El eventual cambio de nuestros automóviles actuales a vehículos autónomos de alquiler traerá grandes cambios a toda la economía. No sólo la industria automotriz, sus proveedores y cadenas de distribución y venta se verán afectados, también las aseguradoras, las petroleras, empresas de construcción y mantenimiento de infraestructuras viales, las empresas de publicidad y un increíblemente largo etcétera. Las ciudades ganarán miles de hectáreas de espacio público, las aceras se ensancharán abarcando los carriles de parking, el número de carriles de circulación se reducirá pues el tráfico de vehículos autónomos, al ser más ordenado, reducirá la necesidad de disponer de un colchón de espacio para acomodar los diversos estilos de conducción de innumerables motoristas. Al mismo tiempo, perderán los ingresos por matriculación de vehículos que, seguramente, no compensarán con el alquiler de los vehículos autónomos cuyas tarifas mantendrán bajas para ganar votos.

Lo que hasta ahora no sabía cómo se habría de `reciclar´ en una futura ciudad con vehículos autónomos eran los parkings subterráneos. Además de los grandes parkings públicos bajo las avenidas y parques de las ciudades, hace décadas que la mayoría de las ciudades adoptaron la norma de obligar que todo edificio que se construya deba contar con suficiente espacio para aparcar todos o parte de los vehículos de sus ocupantes.

Ese espacio de parking es muy difícil de reutilizar. Raramente cumple las normas básicas de habitabilidad, son bajos, carentes de iluminación y ventilación. La escasa altura de sus plantas y abundancia de columnas limita gravemente la posibilidad de instalar fábricas o depósitos por muy automatizados que estén.

Una posible y aparentemente absurda solución, sin embargo, es la agricultura.

Ya se están explotando comercialmente en el Reino Unido, Holanda y Japón granjas aeropónicas de alto rendimiento. En ellas se cultivan diversos tipos de plantas en bandejas, sin tierra, con las plantas sostenidas en una malla de material sintético que permite que las raíces que cuelgan por debajo de esta red sean rociadas con nutrientes mezclados con agua mientras que las hojas verdes reciban iluminación de LEDs de alto rendimiento, en la gama del espectro que más les favorece.

Estas técnicas de cultivo no son nuevas aunque, no faltando tierra que cultivar, nunca hubo real necesidad de usarlas. Por otra parte, la necesidad de proveer iluminación artificial en todo momento las hacía muy caras. Las nuevas luces LED cambian este factor de la ecuación. El LED azul, por el que sus inventores ganaron el Premio Nobel en 2014 completan la gama de colores del espectro, permitiendo dar a las plantas el tinte entre azul y rosa que más les favorece, con bajo consumo de energía y escasa generación de calor.

La perspectiva de alimentarse de lo que algunos llamarán plantas de laboratorio les parecerá repelente a muchos que muy posiblemente desconocen cuán de laboratorio son los alimentos que consumimos a diario que, además, deben ser tratados con herbicidas y pesticidas varios para mantener a raya al resto de la naturaleza, algo que los cultivos aeropónicos no necesitan. Estos últimos también ahorran en transporte, pues son cultivados todo el año, llueva o truene, a la vuelta de la esquina. De todas maneras, la existencia de cultivos aeropónicos en las ciudades no excluye los cultivos normales en los campos, cada uno tendrá su clientela, dudo que alguien pregunte de dónde proviene la lechuga o el tomate de su Big Mac.

Imaginemos, el oficinista en pleno centro de una gran urbe cualquiera saliendo a comer al mediodía. Su ensalada podrá haber sido cosechada poco antes del mediodía en el vivero en el segundo sótano del antiguo parking público bajo la avenida (El primer sótano puede que se siga utilizando como parking para la reserva de vehículos autónomos necesarios para atender el tráfico de la hora pico). Especialmente en las altas latitudes donde en invierno es imposible cultivar nada fresco, comer una ensalada recién cosechada en lugar de una transportada en contenedor refrigerado a lo largo de miles de kilómetros, cosechada aún verde para que madure durante el viaje y, posiblemente, puesta a punto de consumo mediante algún tratamiento artificial, ha de ser una gran ventaja.

Esa misma noche, de vuelta a su casa transportada en un vehículo autónomo, podrá chequear vía teléfono inteligente el ordenador de su pequeño huerto para planear su cena. Al llegar a su edificio pasará primero por lo que solía ser el parking de la comunidad y allí, de su huerto particular instalado en lo que era su plaza de parking, podrá retirar lo que más le apetezca para esa noche. Fresco, recién cosechado, en su punto justo de maduración. Quizás hasta se haya atrevido a jugar un poco y las nervaduras de sus lechugas sean naranja gracias al caroteno añadido al agua de riego. O puede que el verde de las hojas sea algo peculiar por el ajuste en el color de la iluminación.

El cultivo urbano no sólo disminuye el consumo de energía en transporte. Las plantas están acostumbradas a periodos de oscuridad, en otras palabras, a la noche. La energía eléctrica varía en costo durante el día, en las horas pico la electricidad es más cara. Las luces de los viveros se pueden apagar o atenuar durante las horas de escasa disponibilidad de electricidad, ayudando así a mantener el consumo estable en la red eléctrica. De mantenerse la iluminación constante, el ciclo de crecimiento de las plantas se acortaría enormemente. Si se apagaran las luces durante ciertos periodos del día, este ciclo se alargaría, reduciendo la productividad. Seguramente, habrá un punto óptimo.

No faltan imágenes de rascacielos verdes, qué curioso que lo más probable es que el verde, en realidad, termine creciendo bajo tierra.